jueves, 1 de agosto de 2013

Robert Doisneau, la mirada feliz.

"Hay días en que el mero hecho de mirar infunde una felicidad absoluta. Te sientes tan pletórico que te parece disfrutar de un júbilo excesivo y necesitas compartirlo"

Educado para ser grabador y tipógrafo, el casi parisino Robert Doisneau (Gentilly, cerca de París, 1912- París 1994) recaló en la fotografía independiente tras un breve paso por el mundo de  la litografía, sintiendo según sus propias palabras de forma inmediata que aquello se acercaba muy satisfactoriamente a sus propias inquietudes artísticas. Autodidacta en gran medida, fue introducido en el mundo de la fotografía como arte por André Vigneau: "Cuando yo empecé, nadie conocía a nadie. No había revistas que difundieran la obra de los fotógrafos más interesantes. Por eso la única persona que me influyó fue Vigneau. Era formidable: escultor, pintor, fotógrafo..." Sin embargo la guerra y los nazis ocupando su bella y querida ciudad acabaron de manera prematura con sus planes. Robert se alistó a la resistencia y participó activamente en la misma. Tras la terrible contienda podemos suponer que la economía parisina no estuvo para grandes alegrías, así que Doisneau tuvo que renunciar a la independencia de su estudio y, gracias a su indudable calidad técnica como fotógrafo más algún que otro contacto, entró a formar parte de la nómina de la revista Vogue, para la cual trabajó durante largos años. Quién lo diría...
En Vogue Doisneau tuvo a su alcance las mejores modelos de moda y la más alta sociedad parisina, pero visto el resultado uno se imagina a nuestro particular héroe repitiendo las míticas palabras de Red Buttler al final de Gone with the Wind: "francamente querida: me importa un bledo". Menos que un bledo. Doisneau, despreciando las oportunidades únicas que la famosísima revista le ofrecía concentró todo su tiempo libre en su única obsesión: mirar la vida al pasar. Mirar la calle, la gente llana descansando feliz a orillas del Sena, paseando al perro, bailando el 14 de julio, mirando escaparates,  bañándose en el río, bebiendo en los bares, tomando copas en los clubes de jazz... Y luego, los niños. Niños estudiando en la escuela, jugando y callejeando pletóricos en plena libertad en la gran urbe como hoy día ya no es ni imaginable (qué lástima...) En definitiva, haciendo, como sólo los grandes genios de la fotografía son capaces, del voyeurismo una profesión. Y es que todo fotógrafo es en esencia un voyeur impenitente (quede claro que no me refiero en absoluto a las connotaciones sexuales del término), un voyeur, que no mirón, que disfruta hasta el paroxismo observando el espectáculo insuperable de la vida bullendo en plena calle. Si además tenemos una cámara (ojo, una Leica), ese mágico objeto que nos permite compartir e inmortalizar nuestra mirada, y un dedo preciso que dispara en el instante exacto, qué más se puede pedir...
Doisneau fue junto a Brassai y el propio Henrí Cartier-Bresson, el máximo exponente de lo que en términos oficiales se ha venido en denominar fotojornalismo o fotorreportaje y que yo, en mi afán por lo sencillo y claro, prefiero llamar simplemente fotografía de calle. Vamos, tomarle el pulso a la ciudad, que diría un porteño. La quintaesencia de la fotografía, se mire como se mire.
La fama le llegó de la forma más inesperada en 1950 de la mano de una singular fotografía. La revista America's LIFE quería un reportaje sobre el aspecto romántico de la capital francesa y le encargó el material gráfico. Surgió así el "Beso frente al Hotel de Ville", sin duda una de las imágenes más famosas del siglo XX, repetida y posterizada hasta la saciedad. La toma muestra una pareja (jóvenes actores amigos que Doisneau se encontró casualmente en el café) besándose apasionadamente frente al Ayuntamiento ante la gente que pasa impertérrita por su lado. Todo el mundo interpretó que era lo que en el argot fotográfico denominamos un "robado", esto es una imagen espontánea captada sin que los protagonistas se percaten, así que se convirtió inmediatamente en un icono del París más encantador y romántico de la historia. Se hizo un cartel de la misma que vendió, tomen ustedes nota, más de medio millón de ejemplares. Ni que decir tiene que el autor no se molestó en aclarar el malentendido y disfrutó (muy merecidamente en mi opinión) de los réditos que le produjo, hasta que una pareja de sinvergüenzas estafadores le denunciaron en los años noventa exigiéndole una indemnización como pretendidos protagonistas involuntarios de la escena, lo que obligó a Doisneau a contar ante el juez con pelos y señales la realidad de como se había gestionado la fotografía. No solo eso, sino que además la actriz protagonista real aprovechó el revuelo para exigir también su parte del pastel con cuarenta años de retraso, forzando al fotógrafo a demostrar que ya había cobrado lo estipulado en su momento. Todo un ejemplo de la miseria humana.
Sin embargo aunque sea su imagen más famosa no es, en mi modesta opinión, su mejor obra ni mucho menos. El propio Doisneau decía de ella con un entusiasmo descriptible:  "No es una foto fea, pero se nota que es fruto de una puesta en escena, que se besan para mi cámara." Personalmente no puedo estar más de acuerdo, sobre todo porque el resto de su obra desborda a manos llenas lo que a esta fotografía le falta: espontaneidad, frescura, veracidad, ironía y encanto a raudales. Sumergirse en su extensa obra, como hacerlo en la de su compatriota Cartier-Bresson, supone pasear con ojos prestados por otro tiempo y otro lugar, emocionarse, sonreír, sorprenderse... en definitiva, darse un baño de vida.
Como siempre mi recomendación final: consigan un libro o simplemente busquen en Internet, si no lo conocen o lo conocen poco les aseguro que les fascinará tanto como  todos los que amamos este bello arte de captar lo fugaz e irrepetible.  Y perdonen la extensión, hacía ya demasiado tiempo que no podía dedicarle mi atención a este blog, que espero a partir de ahora vuelva a recuperar su pulso tras un largo parón absolutamente involuntario. Un cordial saludo, amigos



Robert Doisneau. La mirada de soslayo. París, 1948.

Robert Doisneau. La mecanógrafa. París 1947.

Robert Doisneau. Cabriolet. París 1939

Robert Doisneau. Escaparate. París 1948

Robert Doisneau. Le Baiser Blotto. Paris 1950.

Robert Doisneau. Beso fente al  Hotel de Ville. Paris 1950.

Robert Doisneau. Au Cafè Saint Yves. Paris 1948

Robert Doisneau. El Infierno. Paris 1952.

Robert Doisneau. París 1949.

Robert Doisneau. Coco, 1952

Robert Doisneau. 14 de julio en Paris. 1955.

Robert Doisneau. Niños en la Plaza Hebert. París 1957

Robert Doisneau. 1952. Créatures de Rêves.

Robert Doisneau. Mademoiselle Anita. Paris 1951.

Robert Doisneau. Pierna. Paris 1968.
Doisneau 1978. Les tabliers de la rue de Rivoli


Robert Doisneau

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